MALDITOS BASTARDOS
Fue adoptado, y brilló de nuevo la luz del alba en aquella pequeña vida.
Poco a poco, iba olvidando la muerte de sus padres, los malos momentos en aquel triste orfanato, incluso fue borrando de su mente a aquel hombre que le ayudó y protegió durante la última parte de su encierro.
Todo cambió ante una familia de verdad. Papá, Mamá y sus dos nuevos hermanitos. Quizás todo el camino recorrido no había sido más que un error subsanable por la mano del destino.
Qué equivocado estaba.
Empezó a comprobar que el amor se transforma en miedo cuando Papá se quedaba a solas con él.
Primero fueron los golpes sin motivo. El pequeño intentaba agradarle de cualquier forma. Intentaba entenderlo. Intentaba no repetir aquello por lo que recibía dolor. Nada funcionó, y los golpes se fueron transformando en copiosas palizas que, envueltas en el manto de silencio que rodeaba al niño, fueron disfrazadas de accidentes y torpezas.
Tanto dolor sentía que, lentamente, fue distanciándose de los demás miembros de aquella familia. Solamente Papá se acercaba a él, y únicamente el pánico era su compañero.
Una mañana de domingo, después de haberse marchado Mamá y los chicos a la iglesia, Papá fue a la habitación del pequeño. El niño gemía levemente, recordando los latigazos del día anterior y anticipando lo que sucedería.
A patadas fue empujado por el camino que llevaba a la granja de los vecinos, y al llegar a la mitad del camino, justo donde el riachuelo giraba en dirección a la salida del sol, aquel hombre, ejemplo de cordialidad entre sus conciudadanos, amante marido, dulce padre de dos preciosas criaturas y solidario adoptante de un niño con problemas,
introdujo su mano en uno de sus anchos bolsillos del pantalón de trabajo y extrajo un saco. Con sus fuertes manos desnudas, agarró al niño y lo metió en el saco, después arrancó una rama de la higuera y descargó todas sus frustraciones contra el bulto forrado de arpillera que una vez quiso ser parte de su familia.
Una vez que el saco no se movió más, que no gimió, que no respiró, levantó una piedra grande del camino, y golpeó allí donde debía estar la cabeza del pequeño, convirtiendo su rostro en un amasijo de sesos, sangre y lágrimas. Con su navaja bien afilada, rebanó, uno a uno, los deditos del desgraciado chiquillo, guardando los sangrientos trofeos, que luego daría de comer a sus cerdos, en uno de sus bolsillos. Finalizada su faena, buscó en un hueco del árbol una soga que había escondido unos días atrás.
Abrió el saco, puso la soga alrededor del cuello del niño, cerro el saco, y colgó el despojo de una rama baja, con la intención de que las alimañas acabarían con lo que una vez respiró, soñó y amó, y ahora no era más que un guiñapo.
Después, marchó por el camino, tranquilo, rumbo a la iglesia a recoger a Mamá y los chicos.
Una semana y media después, una mujer que paseaba por el río con sus tres hijos, se detuvo bajo aquella higuera a merendar y disfrutar de la puesta de sol.
Allí encontró el final de la historia.
Este relato es ficción, pero no se ha acabado. Os pido que cerréis los ojos, que lo repaséis en vuestra mente, y que cuando hayáis acabado…
…cambiéis la palabra NIÑO, por la palabra PERRO.
Ese relato, no es ficción.
Enrique Luna
-EL CASTOR-
Tremendo relato, Enrique. Lo he repasado varias veces y tu estilo es sencillamente estremecedor; pone los pelos de punta. Sigue así. Pelea con las palabras. Poco a poco encontrarás la prosa que buscas.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, amigo
Manuel
Gracias maestro, y viniendo la opininón de quien viene, bufff, no se ni que decir. Seguiré intentando mejorar.
EliminarDí que si Manolo, que yo también se lo digo y le animo a que continué así porque a la vista está que mejora a marchas forzadas, lo que pasa es que a mi no me hace tanto caso como a ti....que le vamos a hacer....pero yo seguiré insistiendo y dando la vara!! A ver si se hace famoso y me contrata de agente ;)
EliminarHablando en serio, la obra de Enrique no para de crecer y mejorar, los resultados son brillantes a mi entender y tiene un merito tremendo...en fin que como además es nuestro amigo y le queremos, pues no puedo evitar sentirme participe y orgulloso de su talento y su trabajo.
He dicho! :)
Jajajajajja. Yo os hago caso a todos, lo que ocurre es que soy lento en mis decisiones. Tranquilo David, que a la hora de buscar un representante, no hay color. Si no hubiera sido por tu creación "bloguera", no se si habría sido capaz de volver a escribir. Das unos empujones muy "apañaos".
ResponderEliminarGracias por vuestras palabras, en serio.
Sobrecogedor relato Enrique, los pelos erizados y el alma encogida me ha dejado la lectura de esta ficción, trasladada al maltrato de los perros, que desgraciadamente ocurre con bastante frecuencia. Gracias por compartirlo con todos nosotros. Un beso
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