Hilde se calló, escarbó distraídamente con sus palillos en el plato de legumbres salteadas y finalmente, siguiendo el hilo de un pensamiento que la atormentaba, preguntó vacilante:
—Vladek, ¿tiene sentido todo esto?
—¿El qué?
—Lo que estáis haciendo... tú y tus hombres... Si no podéis, si no tenéis derecho a intervenir en nada, a ayudar a alguien que esté en un apuro... Digamos, a aquellos pobres diablos de Hongkou...
—Son las reglas del juego: apretar los dientes y no meterse, aunque el corazón te esté sangrando; ser únicamente un observador impasible. Éste es el segundo Mandamiento en nuestra... llamémosla profesión. Una vez, yo me metí para defender a una tonta a la que le había dado por pelearse contra toda la policía de Shanghai por una niña. ¡Y por poco me cortan la cabeza como a un pollo!
—Gracias por lo de la tonta. Pero en ese caso, si se os prohíbe cualquier intervención, ¿cómo podéis cambiar el mundo? ¿Cómo podéis hacerlo mejor?
—No lo sé. De momento, no tenemos más que un objetivo: impedir a Hitler que lo cambie. Porque él lo hará peor. Pero en todo caso, pienso que esto nos va cambiando a nosotros mismos... Porque no aprendemos la verdad sobre los demás por los noticiarios del cine o por los periódicos. No somos observadores a distancia, desde la cual los detalles se ven borrosos. Estamos en el territorio del enemigo. Visto desde este territorio, el mundo tiene un aspecto muy diferente.
—¿En qué sentido?
—En el sentido de que, visto desde fuera, se sabe todo o, digamos, lo esencial, sobre los nazis: su barbarie delirante, los fusilamientos en masa, los campos de concentración, los judíos, los polacos... Claro y unívoco como en un cartel de propaganda. Pero cuando estás dentro, ves a su ejército no sólo bajo la forma de flechas en el mapa de operaciones, sino que empiezas a distinguir también hombres y destinos individuales, generales autosuficientes o desesperados, soldados desorientados convertidos en asesinos. O bien asesinos que ya están proyectando cómo escapar del castigo inminente. Distingues embaucadores de embaucados... Divisas, por ejemplo, en un barranco, a cinco soldados alemanes que con los dedos azules por el frío cortan trozos de carne de la pierna de un caballo helado de su artillería, los asan sobre una pequeña fogata y los muerden estando aún medio crudos. O empiezas a compadecerte de un jovencito alemán, de diecisiete años, que aún no ha vivido ni amado, y que escribe en medio de las ruinas de Stalingrado una carta a su mamá en Sajonia, carta que ella no recibirá jamás. Las cosas toman este aspecto cuando las ves desde dentro. Cambia la idea que uno se ha formado del adversario y, en realidad, de quién es quién y de cómo son los demás... Sin prejuicios ni conjuros. Tu retina empieza a distinguir los matices, se sensibiliza con los dramas ajenos. ¿Y el nuestro? ¿Sabes en qué consiste nuestro drama? En que en todas partes, en todas sin excepción, los que mandan desean que las informaciones que se les suministran a costa de tanto riesgo y sacrificio, correspondan a la idea del enemigo que se han formado ellos mismos, predeterminada como en tu ópera Qinxi. Es por ello por lo que los servicios llamados rutinariamente «especiales» están tan a menudo en conflicto con el poder al que sirven. Porque ponen en tela de juicio sus cómodos esquemas, destruyen los castillos de arena de sus ilusiones. O, digamos...
Vladek tuvo la sensación de que ella estaba ausente.
—¿Estás aquí? —preguntó—. ¿Me sigues? ¿Tratas de comprender lo que digo? Porque esto también tiene que ver, y mucho, con la cultura general. Con la tuya.
Ella tendió la mano por encima de la mesa y acarició la suya.
—Te quiero.
—¿Otra vez?
—Por mucho tiempo ya.
Fragmento del capítulo 52 de "Adiós, Shanghai" de Angel Wagenstein.
Fragmento del capítulo 52 de "Adiós, Shanghai" de Angel Wagenstein.
Uno de los diálogos interesantes de la obra que por su contenido despierta el amodorramiento de otros pasajes y que quizá, por un exceso de adjetivaciones, hacen que la lectura resulte un tanto tediosa.
ResponderEliminarPor supuesto, ése es mi punto de vista.
En la reunión de esta noche os ampliaré mis impresiones que por otro lado y de acuerdo con la historia y la creuldad del facismo, deja en duda la racionalidad del ser humano.
Un abrazo.
Manuel
Manuel