Edmond Rostand o el éxito considerado como fracaso
Hay éxitos que acaban con uno, y el caso de Edmond Rostand y “Cyrano de Bergerac” es un ejemplo clásico de esto.Edmond Rostand |
Edmond Rostand sufrió tan brusco golpe de éxito teatral con su “Cyrano de Bergerac” como, en palabras de un crítico francés, «no se había visto otro desde Marcel Pagnol». Su “Cyrano” se convirtió en un mito, en un héroe nacional anclado en el subconsciente colectivo de los franceses. El presidente de la república, Elie Faure, fue a ver la obra con su familia el 6 de enero de 1898, diez días después del estreno, y concedió la Legión de Honor a Rostand, súbitamente erigido en redentor del teatro francés.
Este éxito perenne, y creciente, de su Cyrano desconcertó por completo a Edmond Rostand, que se sabía con talento, pero no genio, le hizo sentirse supervalorado y le condenó a una especie de perpleja esterilidad.
Después del Cyrano, Rostand vaciló largamente entre diversos proyectos grandiosos: Don Quijote, Fausto...
…al fin L'Aiglon, estrenado en 1900, drama histórico-psicológico sobre el duque de Reichstadt, contiene, según muchos, su mejor estilo y su más profundo diálogo, pero se pierde en morbosidades y tuvo mucho menos éxito; Chantecler, estrenado en 1910, drama alegórico, compite con el anterior en cuanto a calidad, pero tampoco pegó fuerte, y muchos lo consideran «inteatrable». Finalmente Rostand se refugió en Don Juan: su Derniére nuit de Don Juan, obra póstuma, recibió recientemente la atención del poeta Raymond Roussell, que le dedicó un inteligente estudio, pero esto no ha bastado para sacarla del olvido.
Edmond Rostand es Cyrano, y esta coyunda desigual fue causa de la neurastenia progresiva que complicó con achaques psicológicos su enfermedad pulmonar y le indujo a alejarse de París a partir de 1900 para huir de una fama que le abrumaba y era objeto de toda clase de chistes y críticas crueles tanto como de elogios desmedidos: «No hay un solo anacronismo en Cyrano —escribió Rostand a un crítico erudito— que yo no conozca perfectamente, y hasta podría añadir dos o tres a la lista de usted.» En otra ocasión se queja de que no había un solo ensayo, artículo o comentario sobre Cyrano de Bergerac como personaje histórico que no empezase recomendando «no confundirle con el personaje ficticio de Edmond Rostand».
Rostand pasó el resto de su vida, como su otro personaje, el duque de Reichstadt, torturado por sueños de gloria inalcanzables. «A mí —dijo en una ocasión—, entre la sombra de Cyrano y las limitaciones de mi talento, no me queda más solución que la muerte.» Y la muerte le llegó prematuramente, por causa ostensible de una gripe contraída durante las festividades de la victoria francesa en la primera guerra mundial, pero, contra lo que se dice, no fue en su finca de Cambó, donde vivía ahora, sino en París, en el número 4 de la avenida de Bourdonnais, su último domicilio, el día 2 de diciembre de 1918.
Sus últimos años fijaron su iconografía para la posteridad: monóculo, bigote fino como trazado a lápiz, calvicie precoz, arrogancia apuntalada por intachable y algo rebuscada elegancia, y una mirada de reto que ocultaba su creciente perplejidad ante tan desmedido éxito.
Edmond Rostand nació en Marsella, en el número 14 de la calle que ahora lleva su nombre, el 1 de abril de 1868, y estudió en el instituto de esa ciudad. Fue brillante alumno, niño solitario y silencioso, obsesionado desde muy temprano por la literatura, y, sobre todo, por el teatro, sin que una periférica licenciatura en Derecho bastara para desviarle de su propósito obsesivo, que era escribir.
Procedía de la alta burguesía culta: su padre fue fecundo especialista en cuestiones sociales, poeta y autor de una, al parecer, buena traducción de Cátulo; y un tío suyo era banquero y compositor.
Procedía de la alta burguesía culta: su padre fue fecundo especialista en cuestiones sociales, poeta y autor de una, al parecer, buena traducción de Cátulo; y un tío suyo era banquero y compositor.
Rosemonde Gérard |
Conoció a su mujer, la poetisa Rosemonde Gérard, descendiente del mariscal napoleónico del mismo apellido, en el salón literario del poeta Leconte de Lisie. Rosemonde Gérard tenía tres años menos que él, y murió treinta y cinco años después que él, en 1953: «Siempre he vivido —dijo al morir— a la sombra de Cyrano de Bergerac; momentos hubo en que no sabía de quién era viuda: si de Edmond Rostand o de Cyrano de Bergerac.»
Fiel a esta tradición familiar, Edmond Rostand la continuó en la persona de sus dos hijos. Maurice Rostand, nacido en 1891 y muerto recientemente, fue también autor de dramas en verso: La Gloire (1921), Le Secret du Sphinx(1924), El Proceso de Oscar Wilde (1948) y de poemas y novelas. Y Jean, nacido en 1894 y muerto también hace poco tiempo, fue biólogo eminente, ensayista y moralista, escritor de talento y sinceridad: su idea central era que, ante la moderna ciencia biológica, es imposible aceptar una explicación espiritual del universo; sus principales obras son: Le Journal d'un Charactére (1931), L'Aventure Hwnaine (1933-1935), Journal d'un Biologiste (1939) y La Vie etses Problémes, también de 1939.
Antes del éxito de Cyrano de Bergerac, Edmond Rostand había tentado ya el teatro con variada fortuna, aunque su estreno literario, si prescindimos de esfuerzos anteriores frustrados o inéditos, fue un libro de versos, Les Musardises, que hubo de editarse con dinero de su bolsillo y no se vendió nada, aunque consiguió algunas críticas favorables y acabó siendo muy vendido. Este libro, escrito en torno a su prometida, es muy desigual, y su título viene del verbo musarder, que, en definición del propio Rostand, significa «perder el tiempo en cosas de nada».
Uno de sus poemas comienza con este verso:
II fait un temps si beau que l'on n'ose pas vivre,
(El clima es tan hermoso que no nos atrevemos a vivir)
y termina:
car le temps est si beau que l'on pense aux morts.
y termina:
car le temps est si beau que l'on pense aux morts.
(porque el tiempo es tan hermoso que pensamos en los muertos)
Antes del Cyrano de Bergerac, Rostand había estrenado tres obras de teatro: Les Romanesques, en 1894, variaciones en torno al tema de Romeo y Julieta; Shakespeare más vaudeville. Tuvo éxito y la crítica elogió su originalidad y destreza teatral.
Sarah Bernhardt |
Sarah Bernhardt no perdió la fe en su protegido, y acometió su obra siguiente: La Samaritaine, estrenada en 1897 y mejor acogida por el público. Esta fe, Rostand se la recompensaría al brindarle, con L 'Aiglon, uno de los papeles más triunfales de toda su carrera: el Aguilucho, fue hijo de Napoleón; no éste, con mucho, el primer papel masculino de la gran actriz, que hizo famoso su Hamlet, y también hizo alguna vez el papel de Cyrano, alternándolos con el de la amante lejana de éste, Roxana.
Fuentes:
Prologo de Jesús Pardo para la edición del Centenario de Ed.Espasa.
Wikipedia.
Prologo de Jesús Pardo para la edición del Centenario de Ed.Espasa.
Wikipedia.
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