viernes, 16 de diciembre de 2011

EL MOMENTO DE STEFAN ZWEIG


"Siento un fuerte rechazo a convertirme en emigrante y sólo lo haría en caso de extrema necesidad." 
(15 de mayo de 1933)



Febrero de 1942, Petrópolis  (Brasil)  


Aunque posee una gran habilidad para ocultarlo, Stefan Zweig se encuentra terriblemente deprimido, lleva gran parte de su vida vagando por el mundo, sin patria, y las noticias que llegan desde Europa no auguran perspectivas de paz.

Junto a su esposa ha viajado desde Petrópolis, donde tiene su residencia, hasta Río de Janeiro para disfrutar del carnaval. Necesitaban distraerse un poco de la sombra de la guerra que se libra al otro lado del Atlántico. El 16 de febrero de 1942, Martes de Carnaval, se lee en los periódicos que Singapur se ha rendido ante Japón. Esto le produce un profundo impacto al matrimonio, sobre todo a él. La guerra lo ha tenido entrando y saliendo de depresiones. Recuperar el optimismo es casi imposible. Teme que el nazismo se impondrá sobre Europa y alcanzará al resto del mundo.

El matrimonio decide acortar su viaje y volver a su casa en el número 34 de la Rua Gonçalves Dias del Barrio Valparaiso en Petrópolis. Han tomado una decisión, pero hay que preparar algunas cosas antes de ejecutarla. Bluchy, el perrito del matrimonio, observa feliz el retorno de sus amos.

Los siguientes cinco días él los dedica casi exclusivamente a escribir cartas a varios amigos, a su ex-esposa, a revisar el manuscrito de su autobiografía. Busca todos los libros que ha prestado y les coloca el nombre de su dueño. Hace un último viaje rápido a Río de Janeiro para entregarle copia de su testamento a su abogado.

Su mujer le ayudaría a poner estampillas para todas las cartas que se enviarían a los amigos, a meter los manuscritos y los trabajos inconclusos en sobres manila. Preparó el pago pendiente del alquiler, el sueldo de los empleados domésticos, instrucciones sobre qué hacer con sus utensilios y la ropa que se donaría a los pobres. También le sacó punta a todos y cada uno de los lápices que dejarían sobre el escritorio.
Cuando llegó el 22 de febrero y revisaron la lista de pendientes, se dieron cuenta que todo estaba listo. Cenaron como todos los días y jugaron una partida de ajedrez.

A las 4 de la tarde del día siguiente, Antonio y Dulce Moraes, empleados del matrimonio de Stefan Zweig y Lotte Altmann, lograron romper la puerta del dormitorio que estaba cerrada por dentro. Intuyeron que algo estaba mal tras observar la impaciencia de Bluchy, de que el teléfono sonara interminablemente y de que la pareja no apareciera por ninguna parte.

Al entrar en la habitación, encontraron a Zweig perfectamente vestido, con una mano sobre el pecho, el rostro sereno. Lotte, al costado izquierdo de su esposo, tenía la cara apoyada en su hombro. Ambos estaban muertos. Sobre la mesa de noche un vaso vacío, una botella de agua, un frasco vacío de Veronal y la lámpara de noche, apagada.


El suicidio de Stefan Zweig fue un duro golpe para muchas personas ya que en los años anteriores no había hablado prácticamente con nadie de sus depresiones, cada vez más graves, y se había esforzado hasta el último momento en ayudar y animar a sus amigos.

El entonces presidente de Brasil, Getúlio Vargas, en contra de las últimas voluntades de Zweig, ordenó funerales de Estado para ambos. Asistieron miles de personas.


Funerales de Zweig en Brasil
De todas las personas que dedicaron palabras al suicidio de Stefan Zweig, destacan por su belleza las realizadas por el escritor André Maurois:

“Beaucoup d’hommes de coeur ont dû méditer sur la responsabilité qui est celle de tous et sur la honte qu’il y a, pour une civilisation, à créer un monde où un Stefan Zweig ne peut vivre”

Traducido seria algo así como:

Muchos hombres de buen corazón deberían reflexionar sobre la responsabilidad de todos nosotros y sobre la vergüenza existente, en una civilización, que ha creado un mundo donde Stefan Zweig no ha podido vivir.



Thomas Mann, en su consternación, escribiría: "Nunca fue llevada una fama mundial tal con tanta modestia."


También su hijo primogénito, el escritor Klaus Mann, que era un gran admirador de Stefan Zweig en todas sus vertientes, de hecho, aunque no se puede decir que guardara relacción, al igual que Stefan Zweig, también acabo suicidándose.

En su libro “El condenado a vivir” se incluye un artículo en el que Klaus Mann intenta explicarse el suicidio de Zweig:

"Con la muerte de Stefan Zweig no sólo desaparece una de las figuras más representativas de la literatura moderna, sino también un hombre eminente y muy bien informado, un mecenas, y un auténtico enamorado de las letras.
“Enamorado” parece la palabra más adecuada para describir la actitud de Zweig hacia la vida y hacia la literatura. Tenía una curiosidad inmensa, siempre andaba ávido de nuevas aventuras intelectuales y estaba listo para vivirlas. Con fervor y celo, no dejó de explorar ni de elogiar los aspectos continuadamente nuevos del universo literario.
(…)
Zweig, no espera ni pretende cambiar el mundo escribiendo; su única ambición es atenuar la violencia del sufrimiento humano haciéndonos más conscientes de sus raíces y sus causas.

Los que no se van quedan abrumados y desorientados por completo. Algunos critican en secreto al maestro por su falta de valor. Otros, al contrario, piensan que su acto es heroico y sienten admiración.
¡Qué simples y arrogantes son nuestros juicios frente al aplastante realidad de la muerte, al drama inefable del suicidio! ¿Tuvo “razón” al desprenderse de su propia vida? ¿Era un derrotista? ¿Su suicidio afecta la validez de su obra? Y si la respuesta es sí, ¿en qué medida? Ésta es la única pregunta que tiene sentido. Nuestros criterios ya no son aplicables a Stefan Zweig como persona, pues forzosamente nuestros conceptos morales provienen de la idea de que la vida en sí es preciosa y vale la pena vivirla. Quien por el contrario, renuncia a la vida triunfa de un modo automático con una moral que pierde su pertinencia en el vacío de la eternidad."


A continuación, la confesión manuscrita, terrible por la lucidez sobre la sombra de incertidumbre que se cernía sobre la humanidad,  que Zweig dejó antes de morir:


 "Antes de partir de la vida, con pleno conocimiento, y lúcido, me urge cumplir con un último deber: agradecer profundamente a este maravilloso país, Brasil, que me ofreció a mí y a mi trabajo una estancia tan buena y hospitalaria. Cada día aprendí a amar más este país, y en ninguna parte me hubiera dado más gusto volver a construir mi vida desde el principio, después de que el mundo de mi propia lengua ha desaparecido y Europa, mi patria espiritual, se destruye a sí misma. Pero después de los sesenta se requieren fuerzas especiales para empezar de nuevo. Y las mías están agotadas después de tantos años de andar sin patria. De esta manera considero lo mejor, concluir a tiempo y con integridad una vida, cuya mayor alegría era el trabajo espiritual, y cuyo más preciado bien en esta tierra era la libertad personal. Saludo a mis amigos. Ojalá puedan ver el amanecer después de esa larga noche. Yo, demasiado impaciente, me les adelanto."








Ese día falleció un gran escritor y un gran hombre que, según Herman Hesse, tenía como característica destacada una enorme facilidad para hacer amigos y cuidar esa amistad.

 En sus escritos se intuye  más allá de su maravillosa técnica narrativa y la introspección psicológica de los personajes, un profundo amor al ser humano, y una gran sensibilidad en la observación empática, amable y desprejuiciada del individuo.

Ese funesto día 22 de febrero de 1942 se nos fue el protagonista de algunos verdaderos momentos estelares de la humanidad

Nos queda su memoria y su obra inmortal.





FUENTES:



2 comentarios:

  1. Transcurridos 69 años desde su suicidio, humildemente presento mis respetos a Stefan Zweig.

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  2. Los grandes hombres se miden por sus actos, nunca por sus palabras, salvo que estas hagan honor a sus gestas.
    Qué pena no haber seguido su estela literaria cuando descubrí a este gran escritor, hace cincuenta años.

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