martes, 20 de diciembre de 2011

LEYENDO..."MENDEL EL DE LOS LIBROS" DE STEFAN ZWEIG



Porque, ¿adónde había ido a parar? ¿Qué había sido de él? Llamé al camarero y le pregunté.

- No, lo lamento, no conozco a ningún señor Mendel. Por el café no viene ningún señor con ese nombre. Pero tal vez el jefe de camareros sepa algo. De inmediato su  prominente barriga se aproximó avanzando con torpeza. Vaciló, reflexionó un poco. No, tampoco él conocía a ningún señor Mendel. Aunque tal vez yo me estuviera refiriendo al señor Mandl: el señor Mandl de la mercería de la calle Floriani.

 Sentí un regusto amargo en los labios. El regusto de la fugacidad. ¿Para qué vivimos, si el viento tras nuestros zapatos ya se está llevando nuestras últimas huellas?

Durante treinta años, tal vez cuarenta, una persona había respirado, leído, pensado, hablado, en aquella habitación de unos cuantos metros cuadrados, y bastaba con que pasaran tres o cuatro años, que viniera un nuevo faraón, y ya no se sabía nada de José. En el café Gluck ya no sabían nada de Jakob Mendel. ¡De Mendel de los libros!

Casi con rabia pregunté al jefe de camareros si no podría hablar con el señor Standhartner; oh, Dios mío, hace tiempo que vendió el café. Ha muerto. Y el anterior jefe de camareros vive ahora en su pequeña propiedad cerca de Krems. No, no queda nadie...

Fragmento de "Mendel el de los libros" de Stefan Zweig.

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