martes, 13 de diciembre de 2011

LAS TRES VIDAS DE STEFAN ZWEIG, ENTREVISTA.

A continuación podréis leer varios extractos a modo de declaraciones de la entrevista que el periodista Robert van Gelder realizó a Stefan Zweig para el "The New York Times Book Review" el 28 de julio de 1940, donde el genial autor se expresa sobre su vida, su obra y su lugar en el mundo.


Espero que os parezca interesante.




Idealista, progresista, pacifista y autor de éxito, muy popular en la Viena de su tiempo, en sus facetas de excelente novelista, ensayista y biógrafo, el polifacético Stefan Zweig, "cazador de almas", condensa en sus relatos una cuidadosa construcción psicológica con una brillante técnica narrativa y demuestra gran habilidad para captar enigmas de acción y sentimientos imperceptibles para muchos otros. Refleja la lucha de los hombres bajo el dominio de las pasiones, y que como biógrafo, es el atrevido pero devoto admirador de sus biografiados. Sus personajes suelen ser víctimas trágicas que aceptan el cumplimiento de su destino y así reivindican una verdad, a los que el narrador comprende y ayuda.


Ser novelista


Hay, a nuestro modo de ver, una diferencia íntima e inquebrantable entre el novelista y el autor de novelas (Balzac, Dickens y Dostoievski, son los únicos novelistas grandes que conoce el siglo…). Novelista, en el sentido último y supremo de esta palabra, sólo lo es el genio enciclopédico, artista universal que -fijémonos en la envergadura de la obra y en la muchedumbre de sus figuras- modela con sus manos todo un cosmos; que, al lado del mundo terrenal, levanta un mundo propio con leyes propias de gravitación… el novelista estatuye, en el mundo de sus criaturas, una ley de vida, con una armonía tal, que el mundo recibe por él una forma nueva.



El ritmo del relato


El inesperado éxito de mis libros proviene, según creo, en última instancia de un vicio personal, a saber: que soy un lector impaciente y de mucho temperamento. Me irrita toda facundia, todo lo difuso y vagamente exaltado, lo ambiguo, lo innecesariamente morboso de una novela, de una biografía, de una exposición intelectual. Sólo un libro que se mantiene siempre, página tras página sobre su nivel y que arrastra al lector hasta la última línea sin dejarle tomar aliento, me proporciona un perfecto deleite. Nueve de cada diez libros que caen en mis manos, los encuentro sobrecargados de descripciones superfluas, diálogos extensos y figuras secundarias inútiles, que les quitan tensión y les restan dinamismo.



La concentración del escritor en la época


La concentración del artista ha sido dañada. ¿Cómo van a captar nuestra atención los viejos temas? Un hombre y una mujer se conocen, se enamoran, tienen una aventura: en otra época eso fue una historia. Volverá a serlo dentro de algún tiempo, pero ¿cómo vivir con entusiasmo en un mundo tan trivial como el de ahora? Los últimos meses han sido fatales para la producción literaria europea. La norma básica para todo trabajo creativo sigue siendo la concentración y jamás ha sido tan difícil de alcanzar para los artistas en Europa. ¿Cómo concentrarse en medio de un terremoto moral? En Europa, la mayoría de los escritores están haciendo un tipo u otro de trabajo bélico. Otros han tenido que huir de su país y viven en el exilio, vagando de acá para allá. Incluso los contados autores que pueden seguir trabajando en sus propias mesas son incapaces de rehuir la turbulencia de nuestros tiempos. La reclusión ya no es posible mientras nuestro mundo está en llamas. La “torre de marfil” de la estética no es a prueba de bombas, como ha dicho Irwin Edman.



Escribir durante la guerra


De hora en hora uno espera las noticias. No puede evitar leer los periódicos, escuchar la radio y, al mismo tiempo, sentirse oprimido por la preocupación sobre parientes cercanos y amigos. En la zona ocupada huye sin hogar, uno de ellos. Otros han sido internados y pierden su libertad. Los hay que van de un consulado a otro en busca de un país dispuesto a acogerles. Todos los que hemos tenido suerte de encontrar cobijo nos vemos asaltados día tras día y desde todos lados por cartas y telegramas que solicitan nuestra ayuda e intervención. Cada uno de nosotros vive la vida de otros cien, aparte de la nuestra propia.

Estaba a punto de darle los toques finales a mi libro favorito, en el que llevaba veinte años trabajando, una biografía en profundidad y extensa del gran genio Balzac. He tenido que abandonar a regañadientes este volumen casi finalizado porque la biblioteca de Chantilly, en la que se encuentran todos los manuscritos de Balzac, ha sido cerrada mientras dure la guerra y su contenido trasladado a algún lugar desconocido e inaccesible. Por otra parte, no pude llevarme conmigo cientos de notas debido a la censura. Al igual que en mi caso, para miles de artistas y científicos el trabajo de muchos años ha quedado interrumpido, tal vez durante mucho tiempo, por dificultades puramente técnicas.

Y luego están los problemas internos. ¿Qué significa la psicología, la perfección artística en un momento así, cuando está en juego el destino, durante siglos, de nuestro mundo real e individual? Yo mismo, tras finalizar mi última obra, Beware of Pity, había preparado el esbozo de otra novela. Entonces comenzó la guerra y, de repente, me pareció frívolo tratar el destino privado de personas imaginarias. No me sentía capaz de enfrentarme a hechos psicológicos individuales. Cada una de las “historias” me parecía irrelevante en contraste con la Historia. También Paul Valéry, Roger Martin du Gard, Duhamel y Romains me han confesado que se sienten incapaces de concentrarse en su trabajo. Cualquier autor europeo capaz de concentrarse hoy en su trabajo despertaría mis sospechas. Algo que le estuvo permitido al matemático Arquímedes, continuar sus experimentos sin molestias mientras la ciudad se encontraba asediada, a mí me parece inhumano para el poeta o el artista. Ellos no trabajan con abstracciones, sino que su misión es sentir con la mayor intensidad el destino y los sufrimientos de sus congéneres. Con todo, esta guerra generará amplios campos de experiencia en los que podrá trabajar el artista. En cada barco, en cada agencia de viajes, en cada consulado, pueden escucharse historias d personas anónimas, insignificantes, que no son menos arriesgadas y emocionantes que la de Ulises. Si alguien publicara, sin cambiar ni una coma, los documentos sobre los refugiados que se conservan en las oficinas de organizaciones de beneficencia, en la Sociedad de Amigos (organización religiosa cuáquera) o en el Ministerio del Interior, obtendría cien volúmenes de historias más estremecedoras e improbables que las de Jack London o Maupassant. Ni siquiera la I Guerra Mundial supuso una crisis semejante para tantas vidas como este año. Jamás la existencia humana ha conocido las tensiones y los temores de hoy en día; demasiada tensión para disolverla en forma artística. Es por eso por lo que, en mi opinión, la literatura de los próximos años tendrá un carácter más documental que imaginativo o de ficción.

Asistimos a la batalla más decisiva por la libertad que jamás se haya librado. Seremos testigos de una de las mayores transformaciones sociales que el mundo haya conocido, y nosotros, los escritores, tenemos el deber, por encima de todo, de rendir testimonio de lo que ha pasado en nuestro tiempo. Si reproducimos fielmente nuestras propias vidas, nuestras experiencias –yo tengo intención de hacerlo en una autobiografía– tal vez logremos más que ultimando el proyecto de una novela. No hay genio hoy en día capaz de inventar nada que supere los dramáticos hechos del momento actual. Hasta el mejor de los poetas tiene que convertirse de nuevo en alumno de la gran maestra de todos nosotros: la Historia. En lo único que puedo trabajar ahora es en mi autobiografia.



Sus libros y la época


Mi abuelo vivió una vida; mi padre también. Yo he vivido al menos tres. He presenciado dos grandes guerras, una revolución, la devaluación monetaria, el exilio, el hambre. La etapa de la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas no fueron muy distintas de ésta. Ningún otro periodo puede compararse con los cambios de los que hemos sido testigos los que hoy somos de mediana edad.

Mis libros eran publicados en italiano, en japonés, en prácticamente todos los países del planeta. Tenían. alcance universal. Cuando Hitler subió al poder, mis libros fueron prohibidos en Alemania. Hoy están prohibidos en Italia; la semana que viene tal vez lo estén en Francia. Antes había grandes ediciones en finlandés y en polaco, pero eso se ha acabado. Pierdo un país cada quince días. Aunque eso no es importante. Mientras puedan ser publicados en otra lengua, para mí es suficiente. Y creo que en este país lograrán resistir ante la pérdida de la libertad durante mucho tiempo. Es inconcebible que la libertad pueda ser destruida aquí. En Francia se recuperará, pero aquí no se perderá.

Es la época la que pone las imágenes, yo tan sólo me limito a ponerle las palabras; aunque, a decir verdad, tampoco será mi destino el tema de mi narración, sino el de toda una generación, la nuestra, la única que ha cargado con el peso del destino, como, seguramente, ninguna otra en la historia.



Sobre Balzac


Siempre fue su motor reducir lo infinito, lo finito, lo inasequible a lo humanamente real, por medio de la concentración. Es así como envuelve a Europa con su comedia humana. Para Balzac el individuo era un producto formado por el clima, el medio social las costumbres, el acaso; es decir, por el destino; que todo individuo absorbía una atmósfera ya creada antes de irradiar de sí otra nueva. Es por esto que deja que todos los personajes se formen a partir de los acontecimientos que les rodean. Balzac ha demostrado que no existe hombre que no tenga su Waterloo, y que las batallas son siempre las mismas, aunque se libren en un palacio, en una cabaña o en una taberna.

La pasión de Balzac es pintar las energías tensas hacia un fin, como expresión de una consciente voluntad vital, sin importar si esas voluntades sean buenas o malas, fecundas o estériles, con tal que sea intensa. Para él, la voluntas, la intensidad, lo son todo, ellas hacen al hombre; la fama, el éxito, no son nada, pues es la casualidad la que lo determina. Es el profesionalismo en la realización de las acciones, lo que le da la vital importancia y relevancia ante los demás. Sólo son grandes los hombres que se concentran en una aspiración, que no se disipan en varias direcciones, aquellos cuya pasión absorbe toda la savia: la suya y la reservada para otros afanes, los monomaniacos. Uno de los grandes misterios que rodean a este novelista, es la obtención de todo su conocimiento enciclopédico, fundamento de sus grandes obras, debido su estilo de vida, sólo dedicado a la escritura, encerrado, y rara vez visto. Balzac no reconocía los valores absolutos, excepto uno, el dinero: el dinero es la sangre, la fuerza propulsora de la sociedad.



Sobre Dickens


Dickens es el único gran poeta del siglo cuyo sentido íntimo se conjuga totalmente con las necesidades espirituales de su tiempo, es por ésta misma razón que su carrera artística se elevó por los cielos desde sus primeras publicaciones, generando todo un fenómeno literario, creando ansiedad mes con mes en cada uno de sus leyentes, ávidos de la nueva obra literaria de este magnifico autor. Surgió en un ambiente propicio para completar su desarrollo artístico, la cultura inglesa, llena de contrastes y material para dejar volar su imaginación creadora del mejor ejemplo de la incursión de la cultura inglesa en toda la extensión de la vida misma, llena de costumbres que acechaban a cada paso a sus habitantes. Todas las obras de Dickens tienen cimientos en las vetas seculares de la tradición inglesa.

En sus obras, Dickens trata de reflejar a su sociedad actual, la de los niños pobres de las calles, de sus necesidades, hace notar su existencia, debido a sus recuerdos de una infancia con tormentos, injusticias de malos maestros, de escuelas descuidadas, de padres indiferentes, del carácter indolente, egoísta de la mayoría de los hombres. Pero Dickens se limita a señalar el mal, a apuntar con dedo prudente a la herida abierta.

En comparación con Balzac y Dostoievski, los personajes de Dickens, no aspiran a más que una vida modesta, sin perseguir anhelos o sueños, siempre profeso una devoción fiel a las clases humildes. Este poeta quiso enseñar los encantos poéticos de la vida de cada día a cuantos vivían recluidos en ella. El verdadero amor de su corazón lo guarda par lo ordinario, para lo vulgar.



Sobre Dostoievski


Al pisar en los ámbitos de Dostoievski, pisamos un suelo de mundo primitivo y virgen a la vez, y sentimos que un dulce terror nos invade, como siempre que nos acercamos a los eternos elementos.

Dostoievski es un hombre, un poeta, un ruso, que no se molesta en lo más mínimo en ayudar a sus lectores a comprenderle, ya que él no manda mensajes directos y claros, sino que a partir de nuestras propias experiencias, de nuestra propia vida, nos encamina en la luz que nos lleve a la verdad, como alguna vez lo hizo un gran filósofo como lo es Sócrates.

Dostoievski busca la verdad, la realidad inmediata de su ser limitado. Él es un escritor realista. Este novelista aspira conocer al hombre a la vez como unidad y como pluralidad, como un ser independiente y como parte de un todo.

En sus obras se contemplaban muchos de los aspectos que denominan el carácter personal, muchas de las acciones que hacemos inconcientemente, sobrepasando de manera muy inestable a nuestro ser. Sus magnas creaciones fueron motivo de admiración, de terror, confabuladas en la creación de un ambiente propicio para la expresión del suspenso más notable en la vida. Contemplamos así, el porque de la adherencia al dolor y a la incertidumbre, hallamos en él sentimientos que pudiesen habernos sofocado, cultivo de nuestro subconsciente, producto de una mente no meramente completa, contemplada desde sólo unos cuantos puntos de vista subjetivos, disfrazados a nuestra conveniencia. Da a conocer mas aun con ejemplos muy emotivos, tocándonos el corazón, y más que nada conciencia pública y moral; éste último aspecto, apoyada por la gran devoción sentida por Dostoievski hacia lo moral, lo sacro, lo religioso. Es por ello que en sus obras rescata lo moralmente bueno, lo que se debería de hacer, la alarma constante de una vida llena de libertinaje. Nos muestra las facetas de pasiones, locuras, de un gran número de sentimientos al punto del desborde.



Sus exigencias sobre los textos


Es cuatro veces demasiado larga. Es la primera vez que escribo por darme el gusto. Incluyo todo lo que se me ocurre. Soy un escritor calmo, capaz de trabajar todo el día y sentirme feliz. Así que mis primeros borradores son muy, muy largos. Por otra parte, soy un lector nervioso. Me impaciento cuando un autor, yo mismo incluido, divaga. Así pues, cuando leo lo que he escrito, suprimo grandes fragmentos. Corto y recorto hasta que no queda ni una palabra de más, ni una frase de la que pueda prescindir.

El inesperado éxito de mis libros proviene, según creo, en última instancia de un vicio personal, a saber: que soy un lector impaciente y de mucho temperamento. Me irrita toda facundia, todo lo difuso y vagamente exaltado, lo ambiguo, lo innecesariamente morboso de una novela, de una biografía, de una exposición intelectual. Sólo un libro que se mantiene siempre, página tras página sobre su nivel y que arrastra al lector hasta la última línea sin dejarle tomar aliento, me proporciona un perfecto deleite. Nueve de cada diez libros que caen en mis manos, los encuentro sobrecargados de descripciones superfluas, diálogos extensos y figuras secundarias inútiles, que les quitan tensión y les restan dinamismo.


De Joyce


De entre todas aquellas personas, las más dignas de lástima para mí (como si ya me hubiera asaltado un presentimiento de mi futuro destino) eran las que no tenían patria o, peor aún, las que, en lugar de una patria, tenían dos o tres y no sabían a cuál pertenecían. Por ejemplo, en un rincón del café Odeon se sentaba, a menudo solo, un joven que llevaba una barbita de color castaño y unas gafas ostentosamente gruesas ante unos penetrantes ojos oscuros; me dijeron que era un escritor inglés de gran talento. Cuando, al cabo de unos días, trabé conocimiento con James Joyce, rechazó rotundamente cualquier relación con Inglaterra. Era irlandés. Cierto que escribía en inglés, pero no pensaba ni quería pensar en inglés. Me dijo:

-Quisiera una lengua que estuviera por encima de las lenguas, una lengua a la que sirvieran todas las demás. No puedo expresarme del todo en inglés sin incluirme en una tradición.

No lo comprendí muy bien, porque no sabía que entonces ya estaba escribiendo su Ulises; sólo me había prestado su libro Retrato de un artista adolescente, el único ejemplar que tenía, y su pequeño drama, Exiles, que yo precisamente quería traducir para ayudarlo. Cuanto más lo conocía, más admiraba su fantástico conocimiento de lenguas; tras aquella frente redondeada, moldeada a martillazos y que brillaba como porcelana bajo la luz eléctrica, estaban estampados todos los vocablos de todos los idiomas y él jugaba con ellos y los mezclaba de una manera brillantísima. En cierta ocasión me preguntó cómo traduciría al alemán una frase difícil de Retrato del artista y juntos probamos la solución en italiano y en francés; él tenía preparadas para cada palabra cuatro o cinco traducciones en cada lengua, incluso dialectales, y sabía su valor y peso hasta el último matiz. Pocas veces lo abandonaba una cierta amargura, pero creo que en el fondo era esa irritación la fuerza interior que lo volvía vehemente y creativo. El resentimiento contra Dublín, contra Inglaterra y contra ciertas personas había adoptado en él la forma de una energía dinámica que sólo se liberaba en la obra literaria. Pero él parecía amar esa dureza suya; nunca lo vi reír ni de buen humor. Daba siempre la impresión de una fuerza oscura concentrada en ella misma y, cuando lo veía por la calle, con los delgados labios estrechamente apretados y caminando siempre con pasos apresurados, como si se dirigiera a algún lugar determinado, me daba cuenta de la actitud defensiva y del aislamiento interior de su carácter mucho más que en nuestras conversaciones. Por eso después no me sorprendió en absoluto que fuera precisamente él quien escribiese la obra más solitaria, la menos ligada a todo y que se abatió sobre nuestra época como un meteoro.


 Los viajes


Los puertos y las estaciones son mi pasión. Cada estación es distinta, cada uno lleva en sí mismo una lejanía diferente. Cada puerto, cada barco, lleva una carga diversa. Son el mundo en nuestras ciudades.



Su última convicción


Creo que es mejor finalizar en un buen momento y de pie una vida en la cual la labor intelectual significó el gozo más puro y la libertad personal el bien más preciado sobre la Tierra.


                                                         - Stefan Zweig -

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