martes, 10 de abril de 2012

DE PUÑO Y LETRA - "SOMBRITA" de MANUEL BOSQUET



Sombrita

Yo tenía doce años y también tenía un perro. Se llamaba Sombrita. Era blanco y una sombra oscura cruzaba su cara, de ahí su nombre. Me lo regaló mi padre al cumplir los diez años, de modo que Sombrita cogió la sarna a los dos años de su feliz existencia.
Yo estaba como loco con él, y él conmigo. No sabía entonces que los perros necesitan un dueño como los hombres una mujer.
Sombrita me seguía a todas partes. Cuando iba al colegio y entraba en clase, él regresaba a casa y me esperaba impaciente. Cuando volvía, me recibía con alegres ladridos y felices cabriolas. Sólo le faltaba hablar para pregonar su contento. Su desbordante alegría me contagiaba, y yo me revolcaba con él a pesar de su sarna que ya empezaba a extenderse por todo su cuerpo.
A mi padre esto no le parecía bien.
Me prohibía que jugara con Sombrita por miedo a que cogiera su enfermedad, y, a pesar de que ésta se extendía por momentos, yo seguía jugando con él.
Pero llegó el día en que mi padre me obligó a deshacerme de Sombrita. ¡Llévatelo adonde quieras, pero no quiero verlo más por aquí!, me dijo colérico, viendo el poco caso que le hacía. Incluso me amenazó con llamar a los laceros que se llevaban a los perros abandonados para sacrificarlos.
Las amenazas de mi padre acabaron haciendo su efecto. Así que un día me llevé a Sombrita a dar un largo paseo. Yo no quería ver cómo se llevaba la perrera a Sombrita. Inocente de mí. En cuanto lo vieran en su estado sarnoso y sin dueño, no tardarían en llevárselo a sacrificar.
Sombrita correteaba junto a mí como siempre lo hacía. Pero a medida que nos alejábamos de los sitios conocidos, la desconfianza se reflejó en sus ojos. Me miraba primero con curiosidad, luego con tristeza y más tarde, empezó a volver la vista hacia atrás; como queriendo orientarse. Parecía como si intuyese en mi desconsuelo, mis ocultas intenciones.
Pero él me seguía fiel como siempre.
Después de largo caminar, llegamos a un barrio alejado de casa donde logré despistar a Sombrita.
Escondido tras una esquina, lo veía corretear de un lado a otro husmeando el aire en todas direcciones. Me buscaba desesperado. Sus lastimosos ladridos me hacían llorar. De modo que con lágrimas en los ojos y dolor en el alma, volví a casa, sólo.
Pasaron tres días y al cuarto, Sombrita apareció hecho una bolita en la puerta de casa. Meneó su rabito con timidez al verme. Yo me alegré tanto, que sin reparar en lo maltrecho que estaba, lo subí en brazos y me lo llevé dentro de casa. Infeliz de mí. El enfado de mi padre, al verlo, fue tal, que hizo que temblaran los débiles cimientos de mi niñez. De ninguna manera estaba dispuesto a verlo de nuevo en casa, dijo airado. Mis indefensos doce años me hacían vulnerable a mi padre, y el temor a la perrera desquició mi inocencia. Algo se rompió dentro de mí.
Porque fue entonces cuando las imágenes de los perros ahogados en las acequias y en el río ocuparon mi mente. Sus cuerpos hinchados flotando boca abajo con una piedra atada al cuello, invadieron todo mí ser. Yo no quería que Sombrita volviera a casa, ni quería verlo junto a otros perros ladrando en el furgón de la perrera.
Así que cogí una soga y un ladrillo y decidido me encaminé con Sombrita hasta el puente del río.
Las aguas discurrían allá abajo oscuras mientras yo acariciaba el lomo sarnoso de Sombrita, al tiempo que le ataba la cuerda al cuello mascullando palabras cariñosas. Él me miraba tratando de comprender. Su docilidad me conmovía. No sacaba la lengua ni movía la cola, como cuando me agachaba para acariciarlo y decirle cosas. Yo sólo pensaba en mi padre y en su autoridad. Tal vez su imagen dictadora fue lo que me hizo insensible para el salvaje acto que estaba apunto de cometer…
Pero seguí adelante.
Hice un nudo corredizo para que el cuello de Sombrita no pudiese librarse de la soga. Até el lastre y con todo preparado, me quedé mirando a Sombrita.
Nunca olvidaré la pena con que me miraba. Sus ojos parecían interrogarme. Inclinaba la cabeza hacia un lado sin apartar la vista de mí. Sentado sobre sus patas traseras, me chupó la mano cuando lo levanté del suelo. Lo apreté contra mi pecho y él me lamió la cara por última vez. Luego, temblando de dolor, lo lancé al vacío.
Aún oí un gemido antes del horrible chapoteo. Me asomé a la barandilla del puente. No tendría que haberlo hecho. Sombrita desapareció tras las oscuras aguas en un instante, pero el lastre era insuficiente y sus deseos de vivir, le dieron fuerzas para subir a la superficie. El espectáculo me dejó detenido. Sombrita luchaba por mantenerse a flote pero no podía con el peso del ladrillo que lo llevó de nuevo al fondo. Aún emergió un par de veces y luego desapareció tras las turbias aguas para siempre...
No.
Para siempre, no.
Regresé a casa y le dije a mi padre que Sombrita no volvería nunca más. No le dije lo que había hecho, pero mi aseveración le hizo sospechar. Sonrío, me dio un cariñoso cachete y se fue a lo suyo. Yo estaba como atascado; como si no me creyese lo que había hecho. Incluso llegué a sospechar que lo ocurrido no era real; que pertenecía a una de esas pesadillas que me asaltaban de vez en cuando.
Pero la realidad estaba en el río con el cuerpo de Sombrita flotando hinchado en la superficie. Era lo que vieron mis ojos cuando llevado por el instinto de culpa, volví al escenario del crimen a los tres días de haberlo cometido.
No sabría decir si en aquél momento odiaba a mi padre o sentía lástima de mí…
Tal vez eran las dos cosas.
Sí.
Tal vez.
               Manuel Bosquet Llopis



3 comentarios:

  1. Impresionante, Maestro. La de cosas que atadas a una soga, y con el peso de la culpa, hemos ahogado tantas veces. El remate es que el protagonista sea un perro. Me ha apuñalado el alma.
    Excelente drama.

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  2. Para Manolo, amigo de mi alma

    Después de resucitar de dos viajes de trece horas cada uno en sólo pocos días; de las emociones vividas en mi patria chica, Córdoba, vuelvo a mi patria elegida por amor, España y me reciben dos fuertes brazos, para consolarme y secar mi llanto por la muerte de Sombrita.
    Manolo, qué gran escritor eres, te lo dije el primer dia que te conocí.
    En pocas líneas, en una síntesis perfecta, eres capaz de hacer SENTIR (con los cinco sentidos, EMOCIONAR (despertando sentimientos profundos) que llevan a la REFLEXION.Cuántas veces hubo una soga atada a nuestro cuello en el transcurso de nuestra vida...¡Cuántas oportunidades perdidas por la represión absurda de los que mandan!
    ARTE puro este cuento

    Felicitaciones de quien te admira por tu obra y mucho más por ser como eres.
    BEATRIZ MASIÁ

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  3. Con un año de retraso, gracias desde estas páginas, Beatriz.

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